Llegaban noticias preocupantes a la Corte del príncipe Carlos en Flandes y cada vez con mayor frecuencia. Su abuelo Fernando, el anciano rey de Aragón y regente de Castilla, estaba enfermo y se temía por su muerte. Aunque la preocupación no era tanto por su fallecimiento -pues al fin y al cabo el príncipe no conocía a su abuelo-, sino porque peligraba el poder futuro que debía ostentar en las tierras hispanas. Y para defender todos sus derechos, Carlos envió a Castilla a un embajador de suma confianza, con amplios poderes, incluso, para asumir la regencia en caso de que falleciera el anciano monarca. Se trataba de su antiguo preceptor, el deán de Lovaina, Adriano de Utrech.
Adriano de Utrech se encontró con Fernando el Católico en diciembre de 1515 en tierras extremeñas, concretamente en Abadía, en el palacio del duque de Alba. Aquí tuvieron una reunión de hondo calado político y llegaron a importantes acuerdos, que debían ser ratificados por ambas partes cuando se cerrasen flecos que quedaban pendientes. Poco después, el deán de Lovaina siguió al grueso de la Corte cuando esta se desplazó a Guadalupe, mientras el rey Fernando viajaba con un séquito más reducido hacia el mismo destino, de una forma mucho más relajada. Sus problemas de salud le obligaban a viajar despacio, haciendo frecuentes y largas paradas.
Llegaron a Guadalupe inquietantes noticias sobre el agravamiento de las dolencias del rey en Madrigalejo, donde había tenido que parar y alojarse en la Casa de Santa María. La distancia entre ambas localidades dista lo que se anda en una jornada. Adriano de Utrech, al enterarse, se puso en camino hacia Madrigalejo, porque su misión distaba mucho de estar cumplida.
Cuando supo el rey que Adriano de Utrech estaba en Madrigalejo y quería verle, muy enfadado contestó: “no viene sino a ver si muero. Decidle que se vaya, que no me puede ver”. Pero el deán, que debía ser muy perseverante, permaneció allí hasta que le recibió el monarca, aunque este le rogó que volviese a Guadalupe, donde rematarían los asuntos que tenían pendientes.
Pero, ¿volvió inmediatamente a Guadalupe? o, por el contrario, ¿permaneció en Madrigalejo hasta comprobar que los derechos de su señor estaban a salvo?
Después de despedir el rey al deán, el monarca con los Consejeros en cónclave -sabiendo que había llegado su hora- decidió otorgar un nuevo testamento, que fuera nuevo de principio a fin. Aunque los escribanos se pusieron manos a la obra, con agobios y prisas, pues “la escritura no era pequeña”, el documento estuvo preparado para ser firmado por el rey al atardecer del 22 de enero de 1516. Poco después, entró Fernando el Católico en agonía y murió a las pocas horas, en la madrugada del día 23.
Nada más fallecer, los consejeros Galíndez de Carvajal y Vargas fueron a comunicar la noticia a Adriano de Utrech, encontrándolo en el camino hacia Guadalupe, y regresaron con él para abrir el testamento en su presencia y en el de los demás testigos.
Si el deán se hubiera retirado a Guadalupe nada más ser despedido por el rey, los consejeros le habrían encontrado en el monasterio y no en el camino. Simplemente es una pregunta a tener en cuenta ¿Estaría esperando Adriano de Utrech a cercionarse de que el rey había firmado el nuevo testamento para volver tranquilo a Guadalupe?
Bibliografía:
-Ladero Quesada, Miguel Ángel. Los últimos años de Fernando el Católico 1505-1517. Madrid: Dykinson, 2016.
-Rodríguez Amores, Lorenzo. Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Badajoz: Tecnigraf, 2008.